«Hay personas que viven sin dolor», afirma Treede, neurofisiólogo de la Universidad de Heidelberg. «Desde hace siglos se sabe que existen».
La insensibilidad al dolor, conocida como analgesia, estaría causada por un grupo de enfermedades genéticas raras. Sin embargo, ser inmune al dolor no significa ser inmune a las lesiones. Por ejemplo, quienes padecen esta afección pueden quemarse fácilmente en una estufa caliente sin darse cuenta, y son propensos a sufrir problemas articulares debido a los daños mecánicos.
Para no sobrecargar nuestras articulaciones, o para no apoyar la mano en una estufa caliente, necesitamos la nocicepción. Se trata del sistema de alarma de nuestro organismo, que nos avisa cuando el cuerpo está amenazado de daño, y que el encéfalo interpreta como dolor. Las señales que activan el sistema nociceptivo entran en acción antes de que se alcance el umbral de daño corporal, porque sería demasiado tarde si el daño ya se hubiera producido una vez llegado el dolor. Si el sistema de nocicepción está alterado, una persona puede no ser consciente de una amenaza física y sufrir lesiones graves.
Sin embargo, nocicepción y dolor no son equivalentes. El dolor es una sensación subjetiva, explica Treede, mientras que la nocicepción describe el proceso de percibir un daño real o potencial, y puede medirse de manera objetiva.
«Yo diría que vivir sin dolor es vivir sin nocicepción», afirma Treede. «Es muy, muy peligroso porque te falta este sistema de alarma», añade. Por desgracia, las personas que carecen de ella suelen tener una esperanza de vida más corta. Así que, aunque el dolor no sea una sensación agradable, es la forma que tiene tu cuerpo de protegerte de los daños graves.
Las disfunciones del sistema nociceptivo también pueden producirse en el otro sentido, provocando un dolor innecesario y crónico. «Cada vez hay más pruebas de que, en un cierto porcentaje de pacientes, el dolor persiste más allá de la curación normal del daño corporal, por lo que no está totalmente vinculado al daño tisular», explica Treede.
De hecho, en la actualidad, el dolor es la enfermedad no transmisible más frecuente en Europa. El dolor crónico afecta al 19 % de los europeos, lo que merma su calidad de vida y afecta a sus medios de subsistencia. En el proyecto IMI-PainCare, financiado con fondos europeos y la industria, Treede y sus colegas intentaron mejorar el tratamiento del dolor y el desarrollo de fármacos, y encontrar nuevos métodos terapéuticos para el dolor.
A través de varios subproyectos, los investigadores perfilaron a mujeres con dolor pélvico crónico, estandarizaron la evaluación del dolor agudo y crónico y buscaron biomarcadores para identificar los efectos analgésicos de los fármacos.
En el proyecto se generaron resultados sólidos, algunos de los cuales se presentaron a los responsables políticos durante un acto celebrado en el Parlamento Europeo, «El futuro de la investigación europea sobre el dolor»(se abrirá en una nueva ventana).
A pesar de la prevalencia del dolor, hay reticencia a financiar su investigación, afirma Treede. En parte, esto puede deberse a que no se gana tanto dinero. Se sabe que la depresión y el dolor de espalda son las principales causas de pérdida de horas de trabajo. «Ahora se reconoce que la depresión es algo real», señala Treede. «El dolor crónico se está quedando atrás».
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