Es posible que los futuros historiadores vean las elecciones europeas de 2019 como trascendentales para la Unión Europea (UE) debido a las particularidades del contexto político en el que se celebran y a los retos que esto implica para la democracia. Por ese motivo, la investigación innovadora en ciencias sociales es vital para ayudarnos a comprender los cambios en los patrones de participación democrática del siglo XXI.
El año 2019 es un año lleno de elecciones democráticas: solo en Europa, aparte de las elecciones al Parlamento Europeo, se celebrarán varias elecciones nacionales (locales, regionales, parlamentarias o presidenciales) en al menos quince Estados miembros de la UE. Fuera de la UE, ya se han celebrado o están previstas elecciones en Argentina, Australia, Canadá, India, Indonesia, Israel, Sudáfrica, Suiza y Ucrania, por nombrar solo algunos países. A finales de 2019, los Estados Unidos ya estarán preparándose para las elecciones de 2020 entre el presidente Donald Trump y su oponente demócrata. Así que, en términos de procesos electorales, la democracia parece bastante robusta y mejor que cualquier otra alternativa.
Los desafíos de la época
Al mismo tiempo, especialmente desde 2016, varias elecciones y referéndums se han caracterizado por una tergiversación relativamente sin precedentes y por campañas de «noticias falsas» que socavan la idea de una participación informada. En términos más generales, la política democrática ha sido testigo de una oleada de protestas y de la llamada política «populista», que han redefinido el espacio político en muchos países democráticos y lo que significa la participación política como ciudadano. Algunas de las raíces de estas tendencias políticas se remontan a la crisis financiera y económica de finales de la década de 2000, que acentuó los niveles de desigualdad, llevó a muchos gobiernos a aplicar políticas de austeridad, causó el estancamiento de los niveles de vida y provocó una fuerte desconfianza por parte de muchos ciudadanos hacia las supuestas «élites políticas».
Además, merece especial atención el papel de las nuevas tecnologías en la remodelación de la participación democrática en el mundo moderno. Las redes sociales han conectado a miles de millones de personas de maneras que eran inimaginables hace unos años, lo que ha permitido que las noticias (incluidas las «falsas»), las opiniones y los mensajes se propaguen por todo el mundo en cuestión de minutos. La tecnología está cambiando incluso la mecánica de la participación democrática, como la introducción en muchos países en los últimos años de máquinas de voto electrónico que han sustituido a las tradicionales papeletas, el aumento de popularidad de las formas «directas» de democracia que podrían facilitarse gracias a los avances digitales y el compromiso con las plataformas de las redes sociales en lo que respecta a unos controles más estrictos de los bots engañosos y la difusión de noticias falsas.
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